Cuando llegaron a esta ciudad en la primavera de 1206, coincidieron con una asamblea de obispos y abades cistercienses de la región presidida por un legado pontificio. Se hallaban reunidos para estudiar la grave situación e iniciar una campaña definitiva contra la herejía. Solicitaron el consejo del santo y prudente obispo de Osma, y las palabras de éste fueron una invitación a abrazar la pobreza evangélica, comenzando por renunciar a toda ostentación y aparato. Esta sería el arma más eficaz para combatir y acabar con las críticas propagadas por las sectas. Y, dando ejemplo el santo obispo, puso por obra sus recomendaciones, despidiendo a todo su séquito, quedándose en el Languedoc con Domingo de Guzman y un grupo de clérigos. Los abades repitieron la escena y se reservaron tan sólo los libros imprescindibles para el rezo y la controversia. La empresa había comenzado. Apiñados alrededor del buen obispo de Osma, aquella primera expedición de animosos apóstoles innició su ruta, saliendo de Montpellier hacia la capital de la herejía. A pie, sin dinero, en voluntaria pobreza, van predicando la fe cartólica. A su paso, los herejes se inquietan y arrecian sus ataques. Pero la marcha hasta Tolosa fue triunfal, ya que su presencia, sus discursos y muchas veces sus milagros despertaron la conciencia de muchas pobres gentes.
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