
Todo es suave menos la homilía del obispo de Huelva, el alicantino José Vilaplana, que llegó hace dos años desde Santander y ya tiene en su verbo las esencias del Rocío. El emérito onubense, Ignacio Noguer, lo escucha. Y toda la aldea. «Venidos de distintos pueblos y ciudades nos encontramos hoy con María. Buscamos su regazo maternal para confiarle nuestras peticiones y súplicas para que demos testimonio del evangelio de su hijo», comienza Vilaplana antes de dar paso a sus profundísimos postulados. «Si contemplamos el magnífico retablo del santuario veremos en su parte alta el relieve de Pentecostés. María ora con ellos. Ella acompañó los primeros pasos de la joven iglesia. Ella, como buena madre, sigue también interfiriendo por nosotros para que experimentemos la renovación de un nuevo Pentecostés. Pero, ¿qué significa eso? El arranque de la gran misión de la Iglesia, enviada a todo el mundo para hablar». El obispo quiere situar sus reivindicaciones en un contexto claro: «Jesucristo es el primer misionero y María aparece como la humilde colaboradora de la gran misión de su hijo.
Toda la vida de María queda reflejada en la querida imagen de la Virgen del Rocío, en la que la madre nos ofrece a su hijo, el Pastorcito Divino. Ella lo pone siempre por delante como luz del mundo. Cristo ha dado la vida por nosotros. Estamos llamados a continuar su misma misión, hemos sido bautizados en un mismo espíritu para formar un solo cuerpo. Vivid la alegría de ser cristianos, llevad este nombre con dignidad y compartir este gozo con los que encontréis en el camino de la vida. No podemos reservarnos este tesoro. Sería inhumano descubrir una fuente y esconderla».
Vilaplana llega a su centro: «Sed transmisores de la fe en la familia, contad a vuestros hijos la maravilla de Dios. Dad testimonio de vuestra fe en el mundo del trabajo y en la preocupación por la justicia. Esta es nuestra misión, con la fuerza del espíritu somos enviados a nuestra sociedad para que, unidos por la Iglesia, seamos portadores del único mensaje para todos los hermanos necesitados del amor de Dios».
«Para hacer esta tarea, hoy dura y difícil, necesitamos orar con nuestra madre. En ella podemos contemplar cómo Dios hace obras grandes en los humildes. Por eso en cada romería de Pentecostés deberíamos revivir aquí, en el Real del Rocío, la misma experiencia de los apóstoles. María nos enseña también que es necesario ser oyentes de la palabra si queremos ser servidores a la palabra. Los cristianos estamos necesitados de una escucha más atenta y de una familiaridad mayor con la palabra de Dios, especialmente con el Nuevo Testamento». Y culmina su homilía con la celebración de la caridad cristiana: «La misión no se realiza sólo con palabras, necesita también signos.
Esta celebración del Rocío tiene este año un marcado carácter misionero por el signo solidario que a propuesta de la Hermandad Matriz vamos a realizar todos juntos colaborando en la restauración de un orfanato en El Congo, que lleva el nombre de Misericordia y a partir de ahora también llevará el de Rocío. Gracias en nombre de ese orfanato y muchas gracias también a todas las hermandades para que se pueda organizar el encuentro de jóvenes coincidiendo con la jornada de la juventud que el Papa celebrará en Sidney el próximo mes de julio». Entre tanto, oíd y actuad: «Estamos enviados todos a la misión de testimoniar el evangelio entre tantas personas que ya no conocen a Dios o han prescindido de Él».
Alberto García Reyes (ABC)
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