
Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida, Cerro de Santa Catalina, Gijón (Asturias).
Están nuestras calles llenas de banderas celebrando los éxitos futboleros, que parecen preparadas para grandes fiestas. Se debe pensar que mejor ponerlas por estos eventos, que con un crespón negro en homenaje al deceso de la bonanza económica. No dejan de ser trapos de colores con mayor o menor fortuna en la combianción de los colores, poca cosa para merecer una gota de sangre.
Se pueden ver banderas rojigualdas en sucursales de cajas de ahorro vascas, lo que demuestra que al final lo único que mantendrá unida a esta tierra es el dinero, la pela es la pela. Los nacionalismos no tienen porque ser malos sino van contra nadie ni contra nada y no llevan a la autocontemplación del ombligo. Pero no es bueno que los mástiles de las banderas nos impidan ver el bosque de una humanidad dividida en ricos y pobres.
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