
De Ávila a Roma, con la rapidez de un cohete, su eminencia ha pasado de ocupar el humilde obispado castellano a un dicasterio en la ciudad eterna. Alegrémonos, gocémonos y demosles gracias, por aportar a la Iglesia católica al mejor portero del equipo de su santidad, que defenderá con la mejor de las intrasigencias todos los tiros a puerta que progres y bases tiren contra la aburrida uniformidad vaticana.
Cañizares podrá volver a sacar la impresionante cola roja y pasearse por los pasillos vaticanos, más amplios y largos que los de su palacio de Toledo; su menudencia, como le llaman por su estatura, ha llegado para quedarse, cuesta mucho convencer al Espíritu Santo de la conveniencia de que te nombre para un cargo de esta categoría y hay que decir muchas barbaridades para que en Roma te den el título de amigo del Papa.
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