
En 1220, las herejías de cátaros, albigenses, etc., se habían extendido muchísimo por Italia, especialmente por la región del norte. El papa Honorio II, para detener los progresos de la herejía, determinó organizar una gran misión. Pero, en vez de poner al frente de ella algún cardenal como legado suyo o algunos abades cistercienses, encomendó la dirección a Domingo, no sólo con facultad para declarar misioneros a cuantos quisiese de sus propios hijos, sino también para reclutar misioneros entre los mismos cirtescienses, benedictinos, agustinos, etc. Esto era una novedad que, aunque presentida, llamó mucho la atención. Seguir las peripecias de esta gran misión nos es absolutamente imposible. Domingo acabó en ella de agotar sus fuerzas por completo. Venía padeciendo mucho de varias enfermedades, sin querer cuidarse lo más mínimo ni dejar de predicar un solo día muchas veces y a todas horas..
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