Y llegó D. Félix, el marido, con su comitiva. Y algo debió de oír por ahí acerca del reparto de vino generoso, pues en presencia de todos pidió a su esposa que le diera un poco de aquel vino que tenían abajo, en la bodega. Ya sabía ella de qué vino hablaba. Y la pobre Juana que baja a la bodega. En qué estadood e ánimo, es cosa que no sabemos. Claro que quien da con alegría, no se arrepiente nunca de haber dado; claro que quien da con gracia, sabe también sonreír cuando le toca pagar las consecuencias de su generosidad. Juana baja a la bodega en busca del vino de la cuba que había vaciado para alegrar un poco la vida de los pobres y los enfermos; y arriba, D. Félix, con su comitiva. ¿Sería D. Félix un bromista? Para que la broma tuviera gracia, nos sobra la comitiva. Sin testigos, la broma sería inocente; con testigos resultaba cruel. ¿Sería D. Félix, que ha dejado fama de hombre virtuoso, un marido severo, un hombre de celo austero, desabrido y exigente? No nos gusta pensarlo. No hubiera sido buen marido, pensamos, para una mujer generosa, compasiva, alegre. ¿Cómo hubiera podido él compartir estas virtudes? En fin, que lo único que sabemos es que Juana bajó a la bodega y en su apuro pidió ayuda al Señor. ¿Sería el Señor menos generoso que Juana? ¿Se quedaría atrás en lo de "pedid y recibiréis", que Juana practicaba tan bien? De ninguna manera. En la cuba se encontró vino, y D. Félix pudo alegrar su corazón con el buen vino. Las crónicas dicen que todo el mundo hubo de reconocer la santidad de Juana de Aza y dar gracias por todo ello. Habían pedido los pobres, y les dio. Y pidío el marido, y también le pudo dar. ¿No lo haría, además, con alegría? Nos gusta imaginar en Juana una esposa amorosa y pensar que luego los dos reirían juntos. Si lo cortés no quita lo valiente, lo noble no tiene por qué quitar lo humano. Y si los tiempos eran otros, y otras las costumbres, el amor siempre es amor, y la alegría, alegría.
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