miércoles, 23 de junio de 2010

Beato Bertrán de Garriga (VIII)


La corrupción, las guerras y el desorden seguían estragando las costumbres y minando la autoridad de la Iglesia. Los legados pontificios presentaron a Inocencio III un informe de la situación, ante la cual, viendo el papa que los medios pacíficos de persuación eran insuficientes, expidió la bula de cruzada contra los herejes de Languedoc, confiando así poder acabar con tales males. En un principio, el llamamiento del pontífice no halló eco entre los nobles, pero el asesinato de Pedro de Castelnau, legado pontificio, perpetrado por los herejes, levantó una fuerte indignación y movió a los condes de Tolosa a tomar las armas y emprender la cruzada, poniendo al frente a Simón de Montfort. Unidos se batían en aquel territorio los dos caudillos de la causa de la Iglesia: Domingo de Guzmán y sus compañeros, con la palabra, y Simón de Montfort y sus huestes, con la espada.

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