martes, 25 de diciembre de 2012
Alberto Pico (X)
UN PÁRROCO DE SALITRE (X):
Con ellos fue ganando peso. Consiguió que el obispado cediera los terrenos de la filial para lo que fue ya un Instituto de Enseñanza Superior dependiente de Ministerio (el de ahora lleva su nombre, aunque le de vergüenza) y se convirtió en "un gran integrador social". Canalizó sus amistades repartidas por la ciudad -médicos, abogados, familias de la alta sociedad- a los problemas individuales de los vecinos del barrio. Convirtió el piso superior de la vivienda parroquial en habitaciones donde dio cobijo a más de uno que lo necesitaba. Porque su iglesia fue, además, un foco de atracción. "Eran misas tan cercanas que rompían con todas las convenciones litúrgicas. Eran un diálogo sobre los problemas con interpelaciones personales", cuanta López. "Venga, ya os dejo de dar la lata", dice a menudo desde el altar. Y, algunos, al asistir a uno de sus funerales, se hacían fieles de una parroquia lejana. Por detalles como no cobrar por ningún oficio. "¿Entonces, para qué estoy yo aquí?", les respondía a los que intentaban pagarle.
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