
Están los viejos caserones de nuestros seminarios a rebosar de ecos de otros tiempos, pocos jóvenes creen que Dios les pida entrar de funcionarios de lo sagrado. Quizás la crisis económica y la visión de un trabajo de los que ya no hay, para toda la vida, aumente su número, no creo. Los jóvenes prefieren el voto de pobreza al de castidad y así no vamos a ningún lado.
Bautizos, bodas, comuniones y entierros, muchos entierros, trabajo asegurado, romerias y fiestas, público fiel, sin turno de réplica ni ganas, a lo suyo, a pedir por mi y por todos mis compañeros. Pero ni el coche, ni la casa, ni el gimnasio, ni los oros y brocados, ni las presidencias, ni todo el poder intercesor concedido graciosamente por Dios, nada que el edonismo manda y el último que apague la luz.
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