
Jamás tuvo miedo a las amenazas que los herejes continuamente le dirigían. El camino que desciende a Prulla desde Fangeaux era muy a propósito para emboscadas y asaltos. Y, sin embargo, casi a diario lo recorría Domingo bien entrada la noche. Un día, unos sicarios comprados por los herejes le esperaban para matarle. Más providencialmente aquel día no pasó por allí el siervo de Dios. Y, habiéndose encontrado tiempo más tarde, le dijeron que qué habría hecho de haber caído en sus manos, a lo cual Domingo les respondió: "Os hubiera rogado que no me mataseis de un solo golpe, sino poco a poco, para que fuese más largo mi martirio; que fuerais cortando en pedacitos mi cuerpo y que luego me dejaseis morir así lentamente, hasta desangrarme del todo". ¡Qué grandeza! ¡Qué amor a la cruz y al que en ella quiso por nosotros morir!.
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