Su descanso se limitaba a recostarse de bruces, el rostro apoyado sobre los brazos, arrodillado delante de una imagen de la Reina de los cielos, en su advocación de Belén, colocada a la cabecera de su cama. Incansable en mortificarse, ceñía permanentemente su cuerpo, ocultos debajo del hábito, con unos ásperos cilicios.
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