martes, 9 de septiembre de 2008
SANTO DOMINGO DE GUZMAN (IV)
Por aquellos tiempos de guerras casi continuas con los moros y entre los mismos príncipes cristianos, con arrasamientos de campos, de pueblos y ciudades, con dificultades enormes para traer de fuera lo que en un pueblo o en una región faltaba, eran, como no podía por menos de suceder, frecuentes las hambres, y en ciertos momentos espantosas. Por toda la región de Palencia se extendió una de esas hambres terribles que llevaban a la muerte muchas gentes. Domingo convirtió su cuarto en una limosna, como entonces se decía, o sea en un lugar donde se daba todo lo que había y todo lo que se podía alcanzar. Y, claro está, en esa habitación no quedaron bien pronto más que las paredes. ¡Ah! Y los libros en que Santo Domingo estudiaba, su más preciado tesoro. Tan preciado, que de ellos podía depender su porvenir. No había entonces librerías para compralos; había que copiarlos o hacerlos copiar; y de estas dos clases eran los libros de Domingo. Pero, además, esos libros suyos estaban llenos de anotaciones y resúmenes dictados por él mismo. Labor, como se ve, de dinero y de trabajo nada fácil de realizar. ¡Y cómo duele desprenderse de un manuscrito propio-al que se tiene más cariño que a un hijo-para nunca volverlo a ver!...
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