Buena la tiene nuestra jerarquía con las órdenes religiosas, sobre todo las femeninas, desde que han descubierto por obra y gracia del Concilio y de la mano de los cambios producidos en la sociedad, que son iguales en derechos y no solo en obligaciones. Cualquiera se atreve a llamarlas monjitas y lo peor a llamarlas la atención. Los pobres obispillos y curillas ya mayores y con pocos sucesores al cargo, a la vista, añorantes de viejas glorias no encuentran monjas que les limpien la casa y laven la ropa precio de asegurarlas primeras filas en la morada santa.
Y de esto, como de casi todas las cosas, la culpa la tienen los que abrieron las puertas en la muralla de la Iglesia de par en par, para que entrara en ella el Espíritu, que maldita la falta que hacía. Con lo contentos que estaban con el brazo femenino, creado por Dios a imagen y semejanza de sus madres, sumisas, obedientes y agradecidas, y lo más importante limpias muy limpias. Así no vamos a ningún lado, sin mano de obra barata esta empresa de trabajo temporal quebrará, al tiempo.
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