viernes, 31 de octubre de 2008

SOLIDARIDAD ANTE LA CRISIS ECONÓMICA


CARTA DEL OBISPO

SOLIDARIDAD ANTE LA CRISIS ECONÓMICA

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander

La crisis económica global que atravesamos produce efectos negativos entre nosotros. Según datos que maneja Cáritas Española las ayudas han aumentado más de un 40 % en el primer semestre de este año 2008. En nuestra Diócesis de Santander, desde Cáritas Diocesana han sido atendidas, hasta el mes de junio de este año, el mismo número de personas que en todo el año 2007. Nuestras parroquias y comunidades religiosas están teniendo dificultades para atender diversas necesidades de las personas: vivienda, alimentación, acceso al empleo. Y es probable que la situación se agrave todavía más en los próximos meses.

Es verdad que no tengo recetas milagrosas para solucionar la crisis ni estoy capacitado para hacer análisis de la situación en claves políticas o macroeconómicas. Eso es tarea de los expertos. Pero como Obispo y Pastor de la Iglesia puedo ofrecer una palabra, a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, para llamar a la responsabilidad, a la solidaridad y, sobre todo, a la esperanza.

Ciertamente todos necesitamos el “pan nuestro de cada día” para poder subsistir, pero la felicidad no consiste en tener más cosas, sino en saber vivir según una escala de valores auténticos. La crisis económica está poniendo de manifiesto otra crisis profunda de valores, porque en ocasiones nos fijamos más en los medios que en los fines, en el “tener” y no en el “ser”.

Ante la crisis económica hay que hacer un ejercicio de solidaridad. La solidaridad es un principio social y una virtud moral, no “un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n. 38).

La solidaridad nos debe llevar a “compartir” nuestros bienes con los más necesitados, pues las crisis económicas las padecen y las sufren quienes son más pobres. Los cristianos y las comunidades eclesiales estamos llamados a vivir más y mejor la caridad con los pobres. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo y en esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario.

Cáritas, en cuanto organismo de Iglesia, quiere ser siempre y más en estos momentos: el rostro del Amor de Dios para los hombres, especialmente para los pobres, y debe ayudar a través de sus programas y proyectos a los que más lo necesitan, marginados, transeúntes, inmigrantes, parados…

La dignidad y los derechos de las personas han de ser la meta y el valor, por los que trabaja Cáritas. Hay que fortalecer la asistencia, pero sin olvidar la promoción e inserción social para que la persona recupere su dignidad.

La esperanza cristiana, que se apoya en Cristo, confiere a la persona una fuerte determinación para el compromiso en el campo social y económico, infundiendo confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor, porque hay en la persona humana suficientes cualidades y energías y hay una “bondad” fundamental (cfr. Gn 1, 31), ya que el hombre es imagen de Dios Creador, puesto bajo el influjo de Cristo, que es nuestra esperanza.

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