"Es ejemplar en este sentido el ensayo que dedica a la polémica sobre el crucifijo en las escuelas. Nadie debe obligar, nos dice, a que haya crucifijos en las clases, pero enseguida añade: pero si yo fuera maestra me gustaría que hibiera uno en la mía. ¿A quién puede molestar? Un crucifijo no dice nada, no nos adoctrina como una clase de religión, sólo cuenta con su silencio una historia que habla del dolor, la soledad y la dignidad de los hombres. ¿por qué iba a hacer daño a los niños tenerlo en clase?"
Gustavo Martín Garzo, sobre Natalia Ginzburg.
El País 11-10-09
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