"...También se ocupa de Dios. No del Dios que preside los silos de esas ávidas cosechadoras de almas que son las iglesias oficiales, sino del Dios de las espigadoras. Ese Dios que se esconde, del que nadie puede apropiarse, que vive en lo más pequeño y frágil, no en las palabras de los que gritan más. Ese Dios "que es como un trozo de vela que llevamos en las manos y que parece siempre a punto de apagarse", y que incluso le lleva a pedir a los padres no creyentes que eviten negar su existencia ante sus hijos pequeños, porque entonces ¿cómo se enfrentarían a la terrible angustia que a todos los niños les produce la muerte?..."
Gustavo Martín Garzo, "La cuidadora de ocas" (sobre Natalia Ginzburg)
El País (11-12-09)
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