
¿Pero cómo imaginar a un Dios enemigo de ese placer? ¿Cómo imaginar a un Dios sin placer? ¿Cómo imaginar a un Jesús sin placeres, sin el placer de la mesa, el placer de la palabra, el placer de la mirada, el placer de la caricia? Y ¿y qué más da si gustó o no gustó el placer sexual, cuando es el amor el que, de una manera u otra, da a la vida su máximo placer y su máxima libertad?
Las Cartas de José Arregi para creyentes del siglo XXI
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