sábado, 28 de noviembre de 2015

Villaverde de Pontones


LOS DOS ENTIERROS DE MARICARMEN CASTANEDO

Una equivocación en la elección de un nicho obliga a sepultar dos veces a una mujer en el cementerio de Villaverde de Pontones

La familia de la difunta atribuye el error a la "desorganización" del cura del pueblo

El marido de Fina, tuvo que ayudar al enterrador en el traslado del féretro tras la espantada de sus colaboradores

El cura del pueblo: "No tengo nada que decir; son 'pijaducas'

Un error en la elección de un nicho, que mla familia de la fallecida atribuye al cura del pueblo y que este no quiere comentar, ha obligado a enterrar dos veces a una mujer en el cementerio municipal de Villaverde de Pontones, donde María del Carmen Castanedo ya descansa eternamente -ahora sí- tras una semana a tumba abierta.

Viuda de José, fallecido en 1998, Maricarmen, de 82 años de edad, vecina del pueblo de San Salvador y diagnosticada de demencia senil, vivía desde 2012 en la residencia de mayores de Argoños, donde en la madrugada del 12 de octubre sufrió un empeoramiento de su estado que recomendó su traslado al Hospital de Laredo.

Advertida de la gravedad de su tía, que murió solo unas horas después, Josefina Soberón Castanedo, Fina, colgó el teléfono en su casa de Gijón, organizó su partida y emprendió una fúnebre odisea que ha durado una semana.

"Cuando murió mi tía me llamaron de la funeraria", se explica Fina, que acordó que el sepelio de Maricarmen se realizara conforme a los papeles que ella guardaba en casa.

Una vez oficiado el funeral, Fina, que ya andaba algo mosqueada con el cura del pueblo, Ángel Esteban, "porque mi tía falleció el 12 de octubre y no la enterró hasta el 14", quiso cerciorarse de que ese nicho -el número 13- era el lugar en el que debían descansar (para siempre) los restos mortales de Maricarmen.

Fina, que pasó todo el entierro dándole vueltas a esa contestación, esperó a que el cura acabara el oficio y se acercó discreta al sepulturero, con el que ya había trabado amistad.

Aturdida, Fina le dio a Maricarmen su último adiós -eso pensaba ella- y arrancó algo disgustada a Gijón, donde tres días después, el sábado, se produjo un inesperado giro de los acontecimientos.

"Me llamó un señor, un vecino, y me dijo que el nicho en el que habíamos enterrado a mi tía pertenece a una familia del pueblo y que teníamos que sacar el cadáver de allí".

Convencida de que esta desagradable situación se hubiera evitado "si el cura hubiera puesto interés" la mujer telefoneó al sepulturero, con el que convino trasladar el ataúd desde el nicho 13 hasta el nicho 18.

Pero, hete aquí que al legar al cementerio, Fina y su marido, David, se encontraron con que los ayudantes del enterrador acababan de poner pies en polvorosa asustados por la presencia allí de dos periodistas.

Cree Fina que la culpa de todo "La tiene el cura", que vive en la casa parroquial de la localidad; un edificio de cuatro alturas marcado por los gamberros con una cruz gamada y las siglas RIP provisto de un pequeño huerto donde luce un hermosos limornar.

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