Vivimos en un país de enterradores, nuestra mayor afición es cojer un pico y una pala e irnos a excavar para después dedicarnos al deporte en el que más medallas hemos conseguido: el lanzamiento de huesos, más lejos, más fuerte y más alto, y a poder ser en la crisma de un congénere. El día que lo hagamos para enterrar "decentemente" e investigar, ya podremos llamarlo reparación histórica y arqueología.
No estamos hablando de buenos y malos, ni de legítimos y levantiscos, ni de fieles o infieles, de lo que se tendría que hablar es de lo justo que parece que en un país tan panteista o "tumbista", como se le quiera llamar, como el nuestro, todo el mundo tiene derecho a llevar unas flores a sus seres queridos a un campo más o menos santo. Y vamos que somos una tierra en la que siempre nos han vuelto locos los huesos de santo, en forma de reliquia, claro está.
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