Jerónimo García Gallego no se achanta y vive con entusiasmo los debates que acabarán dando cuerpo a la Constitución de 1931, la misma que él vota a pesar de que transforma España en un Estado laico. Para sorpresa de muchos, en sus intervenciones, el cura elogia la labor del Gobierno de la República, de signo progresista, invoca la democracia, fustiga a los «falsos dirigentes del clero» y censura la monarquía borbónica.
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